Es un relato que «pone frente a frente la noción de una nueva modernidad feminista, encarnada en una joven que regresa al ambiente de su crianza y sitúa frente a ella a un amigo de la infancia» que representa la vieja clase dominante tradicional, según la catedrática. La separación entre transeúntes y ocupantes de un restaurante de lujo o el contraste entre el conde Herrerías frente a los soldados rasos son vértices sobre los que pivota la crítica.