En la calenturienta villa era un domingo de carnaval rebosante de los grandes tiempos. Con ruido, risas fingidas, personas borrachas, esqueletos vendiendo bombones, llantos falsos, hombres vestidos de mujer y mujeres disfrazadas de hombre, alrededor de los vivos están los muertos y alrededor de la villa están los cementerios con su calma suprema y es allí donde ocurre el encuentro de dos máscaras, una misteriosa puesta sobre un hombre muy pequeño y otra con cara de calavera.