En Aguafuerte, Rubén Darío nos transporta a un escenario intenso y sensorial, donde el calor del hierro candente y el brillo de las chispas iluminan un mundo de fuerza y pasión. En medio del humo y el sudor de la forja, los obreros, semejantes a cíclopes, golpean incansablemente el metal al rojo vivo. La escena vibra con el sonido metálico, el fulgor de las llamas y el palpitar del trabajo humano, creando un lienzo vivo y vibrante que atrapa los sentidos. Pero, en contraste con esa rudeza, aparece una imagen delicada y casi onírica: una joven blanca, de hombros desnudos y tersos como el lirio, saborea uvas a la entrada del taller. Su presencia, bañada por un haz de luz dorada, rompe la oscuridad y la dureza del ambiente, introduciendo un contrapunto de suavidad, sensualidad y misterio. Aguafuerte es un breve pero poderoso retrato literario, una pintura hecha con palabras que invita a...