Narra la historia de un carretero mal hablado y con un geniesillo. Vivía en el barrio Pacifico, a nada concedía respeto. Trataba de reverendos a los machos que le ayudaban a ganar el pan, y cuando en los ratos de descanso se sentaba a la puerta de la cochera a deletrear penosamente el periódico, con vozarrón que se oía hasta en los últimos pisos. Cuando se enfadaba, la primera patada era para la gata la Loca y sus cachorros, pero antes de tomar fuerzas, la felina seguía tranquila en el rincón, formando un revoltijo de pelos rojos y negros, en el que brillaban los ojos con fosforescencia.